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29 ago 2011

Filosofía pistolera.

Lunes de calor, lunes de vicio, lunes de amor.
Hoy solo hare una gran invitación. ¡Quiero invitarlos a mi grupo católico¡. De martes a sábado, de 7am a 3pm…

¡Bazingaaa!. No. es broma.




Estoy en salón nuevo. Jamás he sido una persona que se relacione fácilmente con el mundo, sin embargo jamás me quedo callado, ni me amedrentan las multitudes, de hecho me gusta mucho dar conferencias ó exposiciones, y estando parado frente a un grupo me siento ligero y fresco.

Hoy me sucedió algo muy curioso. Como ya había mencionado, no hablo con nadie en mi salón, pero esta vez me vi forzado a entrar a un grupo de exposición, hubiera huido de no ser por que nos numeraron, nos sentaron y checaron que estuviéramos colocados. Así que esta vez me ahorraron la horrible tarea de rogar compañía, a lo que probablemente hubiera huido.

Quien haya leído mi articulo “la vuena edukasion II”, sabrá que anteriormente me había escapado de las múltiples manualidades de esta horrible clase.

Pues ya todos sentaditos, leyendo y esperando nuestro turno para pasar a exponer. Hasta aquí todo muy bien. Cuando de repente siento una iluminación divina, diciéndome que decir y que opinar, un fuerte impulso por destruir invadió mi sistema, impulso natural, proveniente de los mismos dioses griegos, hablandome al oído, susurrándome como hacer las cosas a mi modo.

Nos pusimos de pie; en fila, me coloco justo en medio de la muchedumbre (éramos seis). Las palabras comienzan a fluir en un ir y venir de relecturas hediondas y opiniones que daban vergüenza. El segundo alumno comienza. Una ataque de ideas me golpean la frente con la intensidad de un millón de asteroides, quiero hablar y opinar, no precisamente a favor. Me contengo y trato de esperar mi turno (que por cierto, los muy bastardos me dejaron el ultimo; Supongo que con la esperanza de que me mantuviera en la línea).

Las palabras me revolotean cual mariposas en la frente, golpeándome con sus alas espolvoreadas en magia e ideas frescas.

La multitud aburrida mirando el circo, y simplemente limitándose a escuchar lo que los libros dicen, esperando lecturas, esperando con caras aburridas y ojos entrecerrados, gente con ojos llorosos después de un bostezo, miradas vidriosas después de frotarse las cansadas cuencas oculares.

Me mantengo firme y observo las caras de las personas. Todo aquello es una forma muy bizarra de circo romano. De vez en cuando encuentro miradas que me observan y me comunican que han notado lo que voy ha hacer, se han percatado de mis intenciones. Seguramente han notado un esbozo de sonrisa en mi rostro ó una mueca que se ha salido de control.

El cuarto y el quinto alumno toman palabra y pasan sin pena ni gloria, sin aportar nada, sin lanzar una moneda.

De nuevo las ideas que me brincan como palomitas azotan contra mi cara. Espero agazapado, el momento de la verdad se acerca. Afilo mis uñas, cargo el revolver. Los disparos tienen que dar en la cabeza del monstruo, no me preocupa pues estoy preparado.

Mi turno...

Disparo una bala que sale proyectada sobre la primer y segunda cabeza del monstruo. Las miradas de ambos me dejan ver su desconcierto, definitivamente no se lo esperaban, pero para ellos es demasiado tarde, no pueden hacer nada más que mirarme recelosos, intentado buscar lengua de donde rescatar sus puntos. Todos intentos infructuosos.

El resto de la bestia sigue en pie, con cuatro cabezas ahora alertas, sin embargo son las cabezas más débiles. Una de ellas, lanza su mordida venenosa que intenta pegarme en una pierna, pierna que moví a la velocidad del rayo, incluso yo me sorprendí de la habilidad que mostré esquivando aquello. Otra de ellas lanza chorros ácidos, que al igual que su compañera, resultan demasiado lentos. No me veo en la necesidad de desenfundar más de un revolver. Con un solo tiro caen estas últimas dos. Directo entre ceja y ceja. La maestría y la elegancia con la que dispare fue digna de un maestro, no les miento.

Quedan dos más. Estas solo huyen, cual animales rastreros se esconden a mis espaldas para reunirse con sus caídos.

Aun me quedan balas suficientes para hacer picadillo a quien se me ponga enfrente, asi que espere triunfante algún otro ataque, y ahi cai en cuenta de que cometí el error más grande que un filósofo pistolero pueda cometer; ¡no distinguí las cabezas del monstruo!. En realidad estas no solo pertenecían a mi grupo de exposición, sino que el salón entero estaba coludido. No tuve que desenfundar de nuevo. Simplemente el monstruo no ataco, se quedo observándome con curiosidad y recelo.

Esperen…

Mi grupo de exposición estaba atrás de mí, y ahora con las seis cabezas de nuevo en pie, y unidas a las 34 restantes. Si de algo estaba seguro es de que no me iban a atacar, simplemente se dedicaron a hacer mofas, dignas de un bastardo traidor y rastrero,por la espalda. Este ultimo ataque es un veneno que no distinguí inmediatamente, me tomo el día entero saber que me quemaba la nuca

Miradas burlonas me fueron dedicadas, pero con mas cautela que antes. Ahora el monstruo se andará con más cuidado a sabiendas de que cargo armas y yo tendré mas cuidado a sabiendas de que son más cabezas de las que pensé. Sin embargo encontré algunas personas que parecen ser aliados,aun asi, no me fiare, el monstruo tiene muchas cabezas…

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Literatura pura, me recordó a la torre oscura

Jose de la Serna dijo...

gracias. si, esta fuertemente influido, ya que como tu sabes, por el momento estoy en esa lectura.
Saludos

ruben dijo...

Definitivamente hay gente idiota en abundancia, y se nota más en carreras como la que cursas; solo quisiera saber con exactitud de qué trataba el tema, y cuál fue la reacción del catedrático.
Por cierto, tercer párrafo, “haya” es con Y. error humano, saludos Jose.

Jose de la Serna dijo...

Ruben.
el tema era "creatividad" y el profesor solo guardo silencio. muy sabio de su parte.