Hablar con los muertos

La palabra como máxima representación del ser humano, la palabra como notas de la creación.

Hay algo que se esconde tras cada palabra y tras el ancho que le damos a lo que decimos; existe un ser tocando cuerdas tras bambalinas, ese ser se oculta tras cada palabra y tras cada forma de expresión.

Sin dar lugar a error, tras la forma de hablar, tras el discurso, se encuentra una arte olvidado; las palabras pueden conquistar cualquier lugar, pueden dominar a cualquier bestia, crear monstros de múltiples cabezas y desatar fuegos incontenibles.

Hay que tener mucho cuidado con el arte de nuestra propia expresión, si la desdeñamos y la plagamos de porquería, lo mas seguro es que no seamos más que porquería; somos nuestra propia creación, nos hacemos de nuestras palabras y denigrarlas al punto de hablar cual sucios animales puede hacernos seres horribles, aburridos, simiescos, burdos, asqueantes, normales y sin arte alguno.
Con pocas personas he podido compartir platicas apasionantes, pero no desdeño a el resto de las conversaciones por que de alguna u otra manera el análisis de estas me ha dejado cosas que me han servido, no como estúpidamente se acostumbra pensar que cualquier vomito verbal puede tener un contenido, sino por que esta podredumbre de conversaciones sale de una persona que es resultado de algo mas, sale de un contexto y de un tiempo.

En las conversaciones que fluctúan entre risas de orangután y gritos de desesperación que piden ayuda por la gran incapacidad para comunicarse de una forma suprema, en estas conversaciones se puede apreciar una mecánica repetitiva, horrible, vomitiva y desesperante, se puede escuchar como la totalidad de la conversación esta destinada a recorrer un camino, puedes saber la conversación con solo escuchar el chiste inicial o cuando vez la expresión de quien suelta la primera palabra.

Tememos tocar temas sensibles para los demás y molestarnos mas de la cuenta, invadir el espacio cristalino y frágil que es la estructura de la mente ajena y la propia, tememos retarnos un poco mas allá, no vaya a ser que nos encontremos con un edificio de cristal caído, no sea que nuestras lentes con las que vemos el mundo se destrocen en mil pedazos, sea pues mejor andarse con cuidado y no tacar lo delicado, sea mejor solo preguntar como has estado, dar la media vuelta y que quede todo olvidado.

Hoy día veo una transformación en donde la tolerancia es tomada como miedo a hablar, y antes de iniciar una conversación esta ya esta en la tumba por la incapacidad de tomar un tema importante con la seriedad de un ser humano bien desarrollado.

Preferimos hablar de colorantes para el pelo, de futbol, de uñas, y de aquellos aburridos andares de la vida cotidiana. No te ofendas pero no me interesa con quien has salido ni con quien te has encontrado en la disco, no quiero escuchar como has estado ni que hay de nuevo, lo que quiero escuchar es algo que salga del corazón, de la mente, de las ideas, algo productivo, una conversación de lo que has concluido, teorizado, y pensado; ¡como vez el mundo y no que vez en el mundo!.
La conversación ha muerto, no queremos escuchar, ni hablar, ni tocar fibras sensibles, ni vivir, ni sufrir, ni enojarnos, queremos ser líneas que no vibran u oscilan; somos el electrocardiograma de un muerto.

En nuestro afán por siempre estar acompañados, preferimos callarnos a entrar en discordias.

¿Tanto nos da miedo estar solos?

Se nos olvido algo y es que al eliminar los temas apasionantes, las pláticas con los demás ya no importan y de esta manera ya no sentimos la compañía.

¡Hablar con muertos es lo mismo que hablar solo!

Hablar no solo es lo que nos han enseñado en la escuela, la conversación no solo es emisor, receptor, mensaje y contexto, ¡¿donde esta la pasión y la importancia?!, ¡¿donde esta el amor?!, ¡¿donde esta el hombre dentro de esta abstracción?!, nos han enseñado a hablar con los muertos; mira tanto tiempo queriendo conseguirlo y ya es una realidad, pero resulta que los muertos no tienen nada que decirnos.