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25 jul 2012

El criminal soy yo.

Mi corazón latía fuertemente; estaba muerto de miedo y enojado. El motor de mi auto ronroneaba tímidamente mientras hice el alto total. Traté de gritar, sin embargo, desacostumbrado a este tipo de situaciones, lo único que salió de mi boca fue una voz débil y cortada, sin duda alguna con el miedo afectando la rudeza de mis cuerdas bocales. Me percaté inmediatamente de mi error e hice un segundo intento, esta vez mi voz resonó fuerte y claro.

— ¡suéltalos! —.

El hombre, avanzado entre la hierba seca, se giró hacia mi posición y me afrontó; no solo porque pensaba que hacia lo correcto sino porque estaba rodeado al menos de cinco niños, la verdad es que no tuve tiempo de contarlos y en ese momento no me interesó mucho, pero estaba claro que se tenía que mantener firme estando al lado de ellos, no sé porqué, pero tengo la sensación de que esos niños eran su familia.

Todos, el hombre y los niños, se veían extremadamente sucios, cansados, con ropas rotas y alborotados por la caza, a falta de mejor descripción, se les veía la pobreza hasta en los poros de la piel.

—!Suéltalos¡ — le grité nuevamente.

El hombre y los niños me miraban sin decir palabra alguna, creo que se quedaron congelados, no muy seguros de que hacer dada la situación.

La cuestión es que vivo en un fraccionamiento relativamente "privado", en el campo; claro que no estoy seguro de llamarlo "campo" a menos que podamos sustituir los pastos por hierba seca y desierto. Es una colonia con aires de elegancia y presunción. Viven personas con dinero, no lo niego, y yo evitaba contarme entre ellas, hasta este justo momento en que me di cuenta que solo soy uno entre el montón.

Fuera de mi fraccionamiento hay algunos... no sé cómo llamarlos... asentamientos humanos. Digo asentamientos porque vive gente pobre, en casitas de madera y viviendo a base de criar cabras y exprimir vacas. El nombre de estos asentamientos ha sido siempre, bajo palabras de sus propios habitantes, "Los borregos". Ya te imaginas.

Jamás he tenido problema alguno con ellos, ni viceversa, de hecho parecen estar contentos con la venta de leche bronca en nuestro fraccionamiento, cosa que les ha dejando más recursos de lo que seguramente había antes de que nosotros los "ricos" viviéramos aquí.

No me tomes a mal lo de "ricos", pero en comparación con esta gente no puedo librarme del término. Eso es lo que soy a su lado, un multimillonario.

Para terminar la explicación solo quiero decir que, dado que es campo, viven un sin fin de alimañas a los alrededores, entre los cuales puedo contar ardillas, conejos, mapaches, tlacuaches, zorrillos y armadillos.

Regresando a mi anécdota.

El hombre y los niños, que se podrán imaginar no pertenecen al lugar en donde vivo, sino a aquel bajo el noble titulo "Los borregos", me observaban.

— !Suéltalos¡ — grité una tercera vez, y empecé a considerar que todos ellos eran sordos.

—¿y si no que?— me contestó

Aquel hombre me saco de mi pose fanfarrona en mi automóvil azul. No tenía ni idea de que contestarle. No podía amenazarlo porque seguramente me ganaría en una pelea y además tenia una resortera en la mano, no es mucho lo sé, pero era una resortera casera, de esas que parecen armas de verdad.

—Le voy hablar a la policía— soné como un completo marica aristócrata, pero no se me ocurrió otra cosa.

¿Aun no explico que era lo que tenía en las manos verdad?, ni la razón de mi enojo con el pobre habitante de los borregos. Pero usted lector, como lo tengo en tan alta estima, se que su inteligencia ya se hará una idea y solo para clarificarla le cuento.

El hombre llevaba una tlacuache madre colgando del brazo. ¿Cómo se que era madre?, pues los tlacuaches llevan a sus crías como garambullos, en el cuerpo y espalda; cuando ya están muy grandes para ir dentro de la característica bolsa de los marsupiales. Y si, el animal que traía en la mano, colgando de la cola, era un tlacuache madre con sus pequeños hijos colgando de su espalda.




—Y que les va decir— me contestó dejando el tlacuache a un lado, al cuidado de los niños, acercándose a mi automóvil.

Jaque, ¿Qué le puedo decir a la policía?. Pero no me podía dar por vencido en mi intento de salvar al pobre animal, que me enternecía el doble por ser madre y el triple por ser un tlacuache, un animal de movimientos lentos ya de por sí, ahora con hijos encima era aun mas. Así que hice uso de mi elegante lengua que le encanta pavonarse, y abusando de la sabida ignorancia de aquel hombre solo supe decir.

—Que estas cazando ilegalmente. Esos animales están en peligro de extinción y de menos te multan—

!Anda la osa¡, me salió elegante el movimiento, casi pensé que había ganado. Como si ganar la discusión significara que soltaría al tlacuache.

No me lo van a creer, pero el tlacuache ni siquiera se movía en el piso, no intentaba escapar, son animales sumamente dóciles y lentos, no me explico cómo es que han sobrevivido en un mundo que adora la guerra, la pelea, la muerte y el sabor de la sangre.

El hombre se acerco al coche cada vez mas y mi única reacción fue pisar el pedal del acelerador. No hube avanzado ni un metro cuando aquel pobre individuo, elevado a cazador furtivo bajo mi argumento, me hizo detenerme.

—¿Por qué te vas?, primero me gritas y luego te vas—

ok, si, si, me vi muy mal, pero, ¿ya te mencione que tenía una resortera?, si ya sé que lo hice,. ¿y qué era de esas caseras, de las que parecen armas de verdad?, ya sé que también, solo quería recordártelo.

Si hubiera tenido menos orgullo seguro que hubiera arrancado el auto y me hubiese desaparecido como el correcaminos. No lo hice.

El cazador furtivo se acercó a la ventanilla, y manteniendo una distancia de al menos un metro; lo cual me dio un poco de seguridad, comenzó.

—¿vez esas casas de allá? — me preguntó casi en tono de reclamo.

—Si— le contesté. Se refería a un sector de construcción con algunas casas en obra negra.

—¿Sabes cuantos animales mataron al limpiar el terreno?—

En este punto supe que estaba frito, no tenía nada que contestarle y peor aun, sabía que el asesino más grande en la región no eran los pobres habitantes de "Los borregos", sino que éramos nosotros los "ricos", quienes habíamos matado a miles de animales contrayendo nuestras elegantes mansiones.

Estoy seguro de que pudo ver la reacción en mi rostro al darme cuenta de hacia dónde iba su planteamiento, y como lo notó, esperó una respuesta, haciendo de mi derrota su placer.

—No sé— le contesté.

—Pues muchos, muchos. Y sabes que es peor, que ellos no se los comen, yo sí, ellos los tiran a que se pudran. ¿Por qué no le mandas la policía a ellos?, ¿Por qué nadie los multa a ellos?, ¿porque tienen dinero?. —

Sabía que en algún momento se tocaría el punto del dinero. Es como siempre ha sido. Un resentimiento inunda el corazón de los que menos tienen, y con justa razón, porque en nuestro sistema el rico vive del pobre.

—Yo no sabía que lo querías para comer— aclaré, pero sin agregar puntos a mi favor.

—¿Y por qué mas me lo llevaría?. —

No contesté.

—nada más porque ahorita me vez bien vestido y piensas que no lo necesito para comer, no quiere decir que ande matando por diversión—

Fue en este punto donde se me arrugo el corazón y un gran nudo se me formo en la garganta, un nudo que trató de cortar el llanto que me corría desde las entrañas. ¿Bien vestido?, aquel hombre pensaba que iba bien vestido, cuando lo único que yo veía eran girones de tela sucia y vieja. ¿En qué condiciones vive esa gente para pensar que eso es ir bien vestido?.

Me sentí sumamente miserable. Comprendí que no solo era yo el asesino de animales, sino el que señalaba a un tercero diciéndole asesino. Yo era el asesino que culpaba a los demás, porque estoy tan perdido en mi mundo de comodidades que he olvidado que para comer hay que matar, que cada rebanada de jamón, de carne, cada albóndiga en mi espagueti, cada trozo de carne en mi lasaña, cada rueda de peperoni en mi pizza, son antiguas siluetas de seres vivos, que de hecho ni siquiera tuvieron la oportunidad de correr como el tlacuache, porque la comida que compro en mis tiendas de comida rápida, es de animales que jamás vieron la luz del sol mas allá de una granja, animales que no tuvieron la oportunidad de escapar porque están rodeador por una jaula donde solo caben ellos mismos.
Para ponerle una cereza al pastel. Soy perteneciente a una clase que señala a la gente pobre como criminal, cada acción que es realizada por estos es tomada como el puro rostro de la barbarie, siendo que somos nosotros quien ha orillado a estas personas a la pobreza extrema.

—Tienes razón, perdón. Es solo que me causa mucha tristeza ver al pobre animal— dije.

No tenía sentido ocultar mas mi verdadera aflicción, solo quedaba aceptarla como irracional, no tenia mas caretas que ponerme ante este hombre de "los borregos", no tenia y no quería, así que me mostré como lo que soy, un humano, simplemente, uno que esperaba poder restablecer la conexión perdida entre los hombres debido a las clases sociales.

Aquel hombre se dio media vuelta y junto a los niños, que no habían hecho sonido alguno mientras hablábamos, se perdieron entre la maleza y los mezquites, se perdieron entre el desierto.

El tlacuache simplemente observaba, sin ninguna expresión reconocible, aceptando lo que le tocaba de destino, y al parecer, comprendiendo mejor que yo el mundo en el que vivimos, aun sus hijos parecían entender que la muerte no es nada personal.

Aun no entiendo la razón del porqué me siento tan enojado con el captor del tlacuache, pero lo estoy.

Saludos.

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