Cuando estaba cerca del sol y miraba hacia abajo, el mar
reflejaba un cálido azul. La temperatura me hacía rogar por agua. Con algunos
segundos cerca del astro en llamas, sientes como el líquido evacua tu cuerpo.
El mar me seduce desde lo lejos; bebe decía. A sí que considere en bajar cerca
del preciado líquido. Finalmente estar tan cerca de sol, como Ícaro, es una
posición muy solitaria. Simplemente me
deje caer en el mar, con todas esas personas que desde lejos no se distinguen.
Ligera caída, el proceso más cómodo de toda mi aventura. El
viento golpea fuertemente mi cara aligerando el calor del sol y mitigando mi
sed. El aire inunda mis pulmones y presiona mis órganos contra mi espalda. El
vértigo aunque desconocido para mis entrañas, de alguna manera activa la sangre
por mi cuerpo. La vida corre por mi vientre y se revuelca contra mi corazón, se
infla en mis dedos y burbujea en mi
cabeza. El pelo me corre hacia el cielo, como desesperado por regresar a las
alturas, cerca del rey sol y la terrible soledad de los cielos.
Es posible que mi
pelo siempre sepa más que cualquier otro que habita mi cuerpo. Cuando enfermo es el primero que palidece,
tras un malestar no duda en abandonarme y con la edad es quien se libera del
peso de su color. Un mal presentimiento al saber que mi pelo quiere regresar.
Demasiado tarde, la caída es demasiado cómoda y mi necedad no pretende ceder.
No comprendo mi error justo hasta que un puño me golpea por
la parte de la cadera. El Agua del mar, aun cuando parece estar reposando e
invitarte a habitarla, resulta ser tramposa, vengativa y maldita. Su fuerte
puño no tiene piedad contra la fragilidad de mi cuerpo y me golpea tan fuerte
que estoy casi seguro de que ahora soy paralitico. No me importa, puedo
quedarme a vivir en el fondo del mar y ahí no necesito piernas para moverme.
Mis extremidades, flojas y torpes, se sumergen después de mi
cadera; ante una razón ineludible y un
mar invencible, no luchan por mí, me abandonan en un acto tan despreocupado que
a veces me pregunto si les importo en lo absoluto. Después de todo lo que hemos vivido no me siento con el
derecho de reclamar nada, pero me siento herido.
El agua es pesada y me causa escozor intenso. Aquello es tan
salado como el alma de tu padre. Posiblemente sea mejor idea si intento
regresar al calor del sol. No lo logro. Mi pelo tiene razón, no debí dejarme
caer de esa manera.
Detrás de mis ojos hay un hombrecillo que hace desastres con
los circuitos. Es el quien ideó lo de dejarme caer, estoy seguro. También he
llegado a confirmar que es una especie de demonio o al menos una parte de él. El
hombrecillo se da cuenta que no fue buena idea acudir en busca de refugio al
mar. Intenta salvar mi cabeza y mientras mi cuerpo se hunde, trata de separar
mi cuello y así huir en mi cráneo como si de una nave espacial se tratara. Es evidente que no logra su acometido y se
hunde con toda la tripulación. Vaya que es un capitán cobarde.
Mis labios se agrietan inmediatamente con el agua y al
intentar saciar mi sed el sabor resulta salado como un beso del diablo. Mis ojos pierden la nitidez y solo me queda
un borrón descolorido por paisaje. En fin, si he llegado hasta aquí, ¿qué más
da si solo me dejo hundir?. En el fondo hay personas, es oscuro y luce frio. El calor
humano debe ser suficiente para la mente cuando el frio del cuerpo es
inevitable.
La caída hacia el fondo del mar es lenta. Muchos hombres y
mujeres, suspendidos en medio del océano parecen ir hacia arriba, pero soy yo
el que va ganando profundidad. Todos
ellos ciegos por el agua salada, con cristales endurecidos en las comisuras de
los lagrimales; una película viscosa y
blanca sobre sus pupilas. No reconozco a nadie, pero todos parecen ascender;
confirmo que soy yo el que se hunde.
EL sitio se va oscureciendo a cada momento. Como ya estoy
muy hondo, nadie en mi cuerpo decide
moverse para salvarse. Las articulaciones se cristalizan en sal, mis pies
eligen algunas ramas para enredarse, mi estómago devuelve todo por la boca y en
general descubro lo mucho que todos desean abandonarme. No entiendo el porqué.
Pero todos nos hundimos juntos y eso me consuela; traidores asquerosos. Mi
cabello sigue intentado subir.
Antes de llegar al fondo encuentro a mi padre, mi madre, mis
hermanos, encontré a muchos que amo. Todos ciegos, inmóviles y abandonados por
sus cuerpos. Aun cuando estaban cerca no estaban juntos. El rostro de mi madre con una capa verde de
hongos y los ojos hinchados, flotaba a un costado de mi padre que había perdido la
mandíbula y su lengua colgaba hasta el cuello. El agua no permitía verlo pero
comencé a llorar. ¿En qué momento habían
llegado hasta ahí?. Creo que fueron seducidos por la caída. Y Aunque intentaron extender los brazos para
tomarme, no lograron concretar ni un solo movimiento. Me despedí en mi cabeza, “adiós viejos”.
¿Cómo llegué yo hasta ahí?, no lo sé; ¿De dónde salí?, ¿Qué
se supone debo hacer?, no sé nada de este mundo ni de los que me rodean, no sé
cómo debo actuar o que se supone que he de lograr. Solo me dejé hundir y el
horrible paisaje me hizo el favor de oscurecerse aún más; así no pude ver más
allá y eso me alegró, los oídos se me cubrieron de sal y eso me alegró, el
hombrecillo en mi cabeza se sentó a
esperar, asustado, sin hacer ruido y eso me alegró, los músculos se me
congelaron, deje de sentir y eso me alegró.
Podía sentir más cuerpos, cuerpos que me rozaban de vez en cuando. Ahí
abajo se está muy acompañado y muy abandonado, el lado bueno es que no sientes
más nada. Y así dormí por siglos, aprendiendo todo sobre nada.
Estaba ahí, sin esperar
más por nada. Mi corazón se activó de una manera extraña. La tibia
sangre corrió desde mi pecho hasta mis entrañas y mis brazos despertaron, mis
piernas se inundaron y mis dedos se calentaron.
Una luz apareció frente a mí y de alguna manera me asusté de nuevo, me
dio frio de nuevo, me incomodé de nuevo. Un enorme pez con la cara del demonio,
los dientes afilados y los ojos saltados, se acercó a mi rostro y comió la sal
de mis ojos, de mis articulaciones. Pude ver y sentir nuevamente. El pez portaba
una luz frente a sus ojos, una especie de foco tan intenso que era capaz de
disipar la oscuridad a su alrededor.
Un olor llego a mis fosas nasales, un dulce aroma virgen y
de no ser por él, no habría movido un solo dedo y me habría cristalizado en sal
nuevamente. El pez me miro y me dijo
“busca”. No tuve más remedio que moverme
y aprender a nadar. El pez me siguió alumbrándome en mi búsqueda. Me detuve al encontrar a una niña de corta
edad, la olfatee por el cuello pero no era ella quien desprendía el olor que
encendió mi pecho. Su cuerpo congelado y abandonado me causó una terrible
tristeza y no pude más que abrazarla para intentar descongelarla. ¿Quién hubiera pensando que yo era capaz de
luchar por una niña desconocida?. La forcé
contra mi pecho e intente con toda mi fuerza que el hielo fundiera. La puedo
llevar a la superficie, pensé. Mis
brazos derrotados por el hielo comenzaron a endurecerse alrededor de la niña, mi
pecho se detenía nuevamente así que la solté. No logré hacer nada y el pez habló
por segunda vez. “Déjala, ella espera a otra persona”. Cuando un pez te dice
algo más vale que obedezcas. La dejé.
Nadé hasta que mi cuerpo no soportó más el frio. A cada
brazada sentía la fatiga de mi corazón. El aroma que me impulsó hasta ese lugar
desaparece a momentos; no sé si me acerco a me alejo de la fuente, pero sé que
si he de quedar perdido, mis brazos seguirán
luchando, mis piernas intentaran patalear, mi cabello se agitara en todas
direcciones buscando frenéticamente y el
hombrecillo en mi cabeza tomara el control; si nada de eso funciona nos
encontraran congelados en una posición de lucha, nos llevaran a un museo y pondrán
un título que diga “el cuerpo que murió buscando”.
El pez permanece a mi costado derecho, puedo sentir el calor
de la luz que emanaba, su escamosa piel roza mis costillas. Quiero preguntarle
muchas cosas pero no lo hago. Encontré más cuerpos congelados, algunos llenos
de sal, hongos, otros con menos suerte son devorados por peces que lucen como
cocodrilos. Con el cráneo asomándose entre su piel, las costillas dejan escapar
todas las tripas; ni el hielo o los
cristales de sal han de ser impedimento para aquellos peces cocodrilo.
Al pasar cerca de un pez cocodrilo este dejó el cuerpo que devoraba,
me siguió. A este se le sumaron otros tantos que nadaron cerca de mí, esperando
a que me agote. Quieren devorar carne
fresca. Buitres acuáticos.
Nadé durante tanto tiempo que perdí las cuentas. El pez de
luz luce nervioso ahora y casi deseoso de dejarme por mi cuenta. Mis brazos se
rompieron por distintas secciones. Mis piernas hinchadas y sangradas dejaron de
moverse. Durante kilómetros mi lengua impulsó al resto del cuerpo, zangoloteándose
de manera graciosa. Todos en el cuerpo sabíamos que había terminado y en cierto
sentido nos alegramos, pero eso solo nos daba más fuerza para continuar. La
lengua se detuvo y todo parecía perdido. El hombrecillo demonio detrás de los
ojos profirió una carcajada que se asemejó al llanto; se sentó y quedó en silenció. El último en
darse por vencido fue el cabello, que aún no dejaba de moverse.
Congelado y sin movimiento comencé a caer al vacío.
Secciones más profundas fueron reveladas y una oscuridad más intensa. La luz
del pez no logra alumbras más allá de un
metro y en decremento. Jamás pensé que hubiese un negro tan profundo y rebelde,
uno que puede luchar contra la luz.
La presión también aumenta, las costillas, los pulmones, el estómago
implotan y parece que el cuerpo se partirá en dos. Espero que alguno pueda
escapar si eso sucede.
El pez habla nuevamente. “Lo siento, pero no puedo ir más
abajo, debes salir o te quedaras solo.” Lo sé mí querido pez, lo sé, pero no
hay nada que pueda decir o hacer. Veo
directamente a los ojos del pez y sé que comprende; lo dejo libre, le permito que me abandone. Mi ojo izquierdo revienta ante la presión. El
pez luminoso se detiene y yo sigo cayendo. Los peces cocodrilo al verme
separado de mi mentor se abalanzan a devorar a las piernas. El pez luminoso se
abalanza sobre ellos y continúa descendiendo a pesar de que su luz es a cada
metro más débil. Los peces cocodrilo retroceden
ante la luz y la luz retrocede ante las frías tinieblas de la zona abisal.
No pensé que hubiese tanta gente aquí abajo. Choco contra
muchas personas, todas ellas congeladas y deformes ante la presión de aquel
lugar. Masticados hasta las entrañas retozaban en cristales de sal.
EL pez luminoso pronto dejé de alumbrar más allá de dos centímetros.
Me perdió. Mientras yo sigo hundiéndome le veo dar vueltas en un intento por
encontrarme. Desciende aún más y su luz casi se extingue. Sé lo que sucederá si sigue buscándome en el
fondo, trató de decírselo pero estoy veinte metros debajo y no puedo hacer
nada. Los peces cocodrilo esperan a que su luz se reduzca y sin más explicación
se lanzan sobre él. Antes de que mi ojo derecho se cubra en sal puedo ver el
momento en que el pez luminoso es despedazado y devorado. No hay nada que pueda
hacer, es mucho más pequeño y sin su luz esta indefenso. Lo
siento, perdón. No puedo hacer nada por él.
Recorro miles de metros. Los peces cocodrilo no me siguen,
ni siquiera ellos se atreven a ir tan
profundo. El pez luminoso me salvó después
de todo. Un par de años después toco el
fondo. Ya no hay tierra por supuesto, no es nada que parezca el mismo planeta,
ni siquiera el mismo universo. Un metal transparente de carácter vidrioso es el
fondo, todo en ese lugar está congelado, muerto y abandonado. No concibo como
es que llegué hasta ahí. Los cuerpos caen por cientos, pies, manos, ojos, viseras; lentamente pero
sin detenerse. Me pregunto si puedo llegar más abajo. Mi ojo se cierra y comienzo mi transformación
en sal, espero encontrar algo de tranquilidad al menos en la muerte en vida.
Antes de que me pueda despedir, mi pecho golpea
fuertemente, el ojo derecho despierta
rompiendo la sal que le cubre. Mi razón que
se encuentra dormida; despierta con una
intensidad psicopática, explosiva, sexual, candente, desaforada, descontrolada,
incandescente, desenfrenada, incontrolable, incisiva. Los cristales de sal que
me envolvieron se derriten ante el calor que comienzo a emanar, cada miembro
del cuerpo que habito hierve en febril éxtasis. El corazón late tan fuerte que empuja mis
costillas contracturadas e infla los pulmones hasta el punto de reventarlos.
¡Es nuevamente aquel
aroma¡.
Está más cerca de lo que jamás estuvo, aquel aroma, el aroma
que me despertó por primera vez, el aroma que el pez luminoso deseaba que
encontrara.
Mis brazos rotos se inflan nuevamente y las heridas de mis
piernas se cauterizan ante la increíble temperatura que me rodea. El agua
hierve a mi alrededor y las personas congeladas que cohabitan despiertan revolcándose
en sensaciones y dolor. Tratan de detenerme, apalearme, mitigar mis deseos.
Sufren al despertar como yo una vez sufrí. Algunos intentan morderme,
devorarme, pero sus dientes débiles y quebradizos sucumben ante la temperatura.
Otros tantos se aferran a mis pies. Los impulso hacia arriba para sacarlos de
ese lugar. Tomo puños de personas y las lanzo hacia la superficie. De un solo
golpe salen como proyectiles.
El aroma que me inunda desaparece en momentos y pierdo todo
poder, me detengo y muero por segundos, sin embargo regresa y exploto en
energía de nuevo. Tengo que encontrar la fuente, pero no puedo abandonar a los
que necesitan de mí. Impulso gente a la superficie durante años, siglos,
milenios. Muchos de ellos los encuentro
nuevamente cayendo al vacío. Los lanzo dos o tres veces, pero siguen cayendo.
Los encuentro varias veces al cabo de los años. No entiendo porque siguen
regresando.
EL aroma incrementa. Pero me mantengo firme y sigo lanzando
humanos hacia la superficie. Tomo un puñado de ellos y es ahí cuando me
percato. Mi brazo se incendia y al mismo tiempo se regenera. No puedo controlarme,
me incendio por completo. Es como si
estuviera en el mismo sol, pero más intenso.
Cada gota de mi cuerpo se evapora y
el agua a mí alrededor lo hace también. Intento acércame al agua que me
rodea pero inmediatamente esta se aleja de mí. No pensé que pudiera extrañar
tanto el frio y el agua salada. Las personas alrededor de mi pueden caminar
sobre la superficie. Una inmensa burbuja de agua crea un domo de kilómetros.
No logro ponerme de pie, me transformo en una luz cegadora y
quemo todo lo que me rodea. Y ahora sé
que es lo que me transforma.
Te puedo ver a cien metros de mí. Desnuda, cubierta por el
mismo fuego. Una luz naranja te cubre desde la punta de tus pies hasta el último
filamento de tus largos cabellos, ondeando en una melena de fuego.
Ambos rayos solares intentamos acércanos el uno al otro. Con
cada paso que doy en su dirección me siento más lleno de vida, mas divino, mas
bueno, más limpio, más bondadoso, más poderoso. ¿Puede morir alguien de
felicidad?. Pero tú no te acercas a mí, tú
te alejas de alguien. Caminas hacia mí porque abandonas un lugar. Te encuentro a mitad del camino, desesperada y
rugiendo que me aleje. No puedo
explicarlo, pero algo dentro de mí se apagó para siempre, no tenía nada que ver
con la vitalidad que me haces sentir, pero algo dentro de mí murió. El
hombrecillo detrás de mis ojos, aun cuando se había transformado en una flama
explosiva, reía sin control.
“Lo estamos quemando, aléjate de aquí” dijiste una segunda
vez mientras señalabas a un pobre diablo que se agitaba en el piso, quemado por
nuestro fuego. Un pobre diablo que sin ninguna vitalidad o aspecto atractivo,
se denigraba en el polvo. Lo odio, y no deseaba otra cosa más que
desaparecerlo.
“Vete, lo estás lastimando”, esta vez rugiste tan fuerte que
casi me partes en dos, y en algún lugar dentro de mí me partiste en dos.
Ella, con toda su divinidad amaba a ese pobre diablo. No a
mí. Aun cuando yo sea el que encienda todo tu ser, aun cuando juntos seamos capaces de convertir
en cenizas el infierno y ardas en deseos por mí, tu, tú te enamoraste de ese
pobre diablo. Un pobre infeliz al que estas dispuesta a proteger.
“Podemos salir los tres”. Dije yo dando un paso hacia ti,
pero antes de que pudiera tocarte nuestro fuego incremento y todo alrededor ardía con más intensidad, así
que te alejaste nuevamente.
“Quemaremos todo, vete, te lo ruego.” No iba a llorar, no
debía. No delante de ese pobre diablo, que aunque se revolcaba en sus cenizas
estoy seguro que reía por dentro.
No tuve más opción que dar un salto y salir de ese lugar.
Recorrí miles de kilómetros en segundos. Vi nuevamente a los peces cocodrilo, a
las personas congeladas y a todo menos al pez luminoso. Una lástima. El
ambiente se clarifico hasta el delicioso azul claro de la superficie. Nuevamente
fuera del mar. Ascendía a una velocidad increíble y llegué cerca del sol. Ahí arriba
decidí esperar El calor del sol me
recuerda tanto la sensación de estar junto a ti, solo que menos cálida. Ahí arriba prometí regresar algún día por ti,
regresar antes de que te olvidara por completo.
Pasaron los siglos y estando cerca del sol miraba hacia abajo, el mar reflejaba un cálido
azul. La temperatura me hacía rogar por agua. Con algunos segundos cerca del
astro en llamas, sientes como el líquido evacua tu cuerpo. El mar me seduce
desde lo lejos; bebe decía. Considere en bajar cerca del preciado líquido.
Finalmente estar tan cerca de sol, como Ícaro, es una posición muy
solitaria. Simplemente me deje caer en
el mar, con todas esas personas que desde lejos no se distinguen…
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