Relegado a vivir en algún sitio de la tierra, el demonio
cuida un jardín de flores. Nada es precisamente como se cuenta y la historia de
este no es una excepción.
Cuando eres casi un dios las cosas no son fáciles en el
mundo. Fingir que tienes necesidades es casi tan horrible como tenerlas. Comer,
trabajar, ir al baño, sangrar, comprar.
Actuar de tiempo completo es una tarea para aquellos que no pertenecen a
este mundo.
Hay una solo cosa que al demonio le agrada de vivir en la
tierra. Su jardín de flores tiene una hermosa variedad. Temporales y perenes,
rosas y tulipanes, clavel y magnolia.
En México las flores tienen nombres diferentes en cada
región, no obedecen para nada a los nombres científicos, aburridos y largos. Al
demonio le hace gracia y prefiere llamar a sus flores de esa manera. Amor de un
rato, nochebuena, ámbar liquida, flor de manita; son algunos de sus
preferidos.
Si bien es cierto que los tulipanes se vuelven pretenciosos
junto a las florecillas de campo; estas adornan la temporada en que los
tulipanes pierden su flor. Después de algunas disputas en el jardín, el diablo
enseña a estas flores algo de tolerancia.
Al cabo de un año todas las flores se llevan mejor, no solo con sus
vecinas, también con la tierra.
Es difícil encontrar la tierra adecuada. Algunas necesitan
tierra de sierra, arena de desierto, sabana ó nieve de montaña. El diablo cree
que vale la pena y aunque es una mujer muy hermosa, no diría “soy más bella que
una flor”. Es un error que no se comete dos veces. Las flores no tienen largas piernas, cinturas
curvilíneas, piel morena, mejillas rojas, pechos redondos, ojos verdes o manos
delicadas. Algunas veces dejan caer
gotitas de agua y no son lágrimas, se marchitan pero no están muriendo, cierran
sus pétalos pero no están durmiendo, no pretenden ir de vacaciones porque
adoran su lugar de nacimiento.
Aquel jardín de flores no es para nada el infierno del que
dios se vanagloria. Algo que jamás podrá entender. Aun cuando la tierra sea de
su creación, de su entendimiento escapa la habilidad de una flor. Sin
obligaciones el demonio cuida de sus
flores.
El demonio recuerda pobremente el instante en que dijo a
dios ser más hermosa que él. ¿Cómo podría ser un hombre más hermosa que una
mujer?. Era un sencillo juego de palabras; pero él no lo tomó así. Ahora el demonio entiende el error; solo las
flores son más hermosas que ella, y ella sigue siendo más hermosa que dios.
En el mundo humano, el demonio había intentado tener varias
relaciones. Los hombre no dejaban de ser
réplicas de dios; todos se comportaban
como este último. Celosos, dominantes y con un desagradable deseo de
omnipotencia. Por eso prefería su jardín
de flores. Tranquilo, callado y sin ese alboroto que tiene el deseo de
superioridad. Las flores no pretenden ser dioses; por esa razón lo son.
El demonio, relegado a vivir en la tierra, cuida su jardín
de flores. No pretende ser adorada ni venerada. Es solo una hermosa mujer que
cuida flores.
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