Un día, la virgen, madre de dios, bajó del cielo y observó lo
que hoy es el mundo. Sus pies desnudos flotaban sobre la superficie del asfalto
y esto le desagradaba, pensó que no estaría completamente con sus hijos hasta
que sus pies tocaran el suelo y compartiera un poco la sensación de caminar. Con
esto en mente, gritó a Dios y le pidió que la dejara caminar. Dios lo hizo con
gusto, y la virgen pudo caminar.
La virgen caminó por las calles del mundo, pero su divina
ropa, tejida por ángeles, le hacían parecer una reina ostentosa y presuntuosa;
y le desagradaba, porque la gente no la amaba por lo que era, sino por su
apariencia. Esto hizo pensar a la virgen que no estaría cerca de sus hijos
mientras la vieran solo con superficialidad. Con esto en mente, gritó a Dios y
le pidió que le dejara vestirse. Dios lo
hizo y la virgen se vistió con pantalones de cuero y una blusa rota.
La virgen caminó por las calles del mundo y se encontró con
personas hambrientas, pero su condición de divinidad no le dejaba sentir hambre; por lo tanto no pudo sentir lo que la gente con hambre sentía. A la virgen
esto le desagradó y pensó que si no podía sentir hambre jamás podría amar
realmente a sus hijos. Con esto en mente, la virgen gritó a Dios y le pidió que
le dejara sentir hambre. Dios lo hizo con gusto y la virgen sintió mucha
hambre.
La virgen caminó por las calles del mundo, sintiendo hambre y
desprovista de dinero. Se situó entre los hambrientos y preguntó el cómo evadir
la hambre, que oración implementar, como sobrellevar la necesidad. Una mujer de
mallas atigradas, con un chicle en la boca y un cigarro en la mano, le ofreció
un tabaco y le dijo que ella le podía dar un posible trabajo...
Un día la puta caminó por la tierra, no volvió a pedir a Dios, y aprendió a vivir como si todos fueran sus
hijos, sus hermanos y sus amantes, y el mundo la aceptó como a otro hijo del
polvo.
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