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8 mar 2014

Te encontrare en el sol o en el fondo del mar

Cuando estaba cerca del sol y miraba hacia abajo, el mar reflejaba un cálido azul. La temperatura me hacía rogar por agua. Con algunos segundos cerca del astro en llamas, sientes como el líquido evacua tu cuerpo. El mar me seduce desde lo lejos; bebe decía. A sí que considere en bajar cerca del preciado líquido. Finalmente estar tan cerca de sol, como Ícaro, es una posición muy solitaria.  Simplemente me deje caer en el mar, con todas esas personas que desde lejos no se distinguen.

Ligera caída, el proceso más cómodo de toda mi aventura. El viento golpea fuertemente mi cara aligerando el calor del sol y mitigando mi sed. El aire inunda mis pulmones y presiona mis órganos contra mi espalda. El vértigo aunque desconocido para mis entrañas, de alguna manera activa la sangre por mi cuerpo. La vida corre por mi vientre y se revuelca contra mi corazón, se infla en mis dedos  y burbujea en mi cabeza. El pelo me corre hacia el cielo, como desesperado por regresar a las alturas, cerca del rey sol y la terrible soledad de los cielos.



 Es posible que mi pelo siempre sepa más que cualquier otro que habita mi cuerpo.  Cuando enfermo es el primero que palidece, tras un malestar no duda en abandonarme y con la edad es quien se libera del peso de su color. Un mal presentimiento al saber que mi pelo quiere regresar. Demasiado tarde, la caída es demasiado cómoda y mi necedad no pretende ceder.

No comprendo mi error justo hasta que un puño me golpea por la parte de la cadera. El Agua del mar, aun cuando parece estar reposando e invitarte a habitarla, resulta ser tramposa, vengativa y maldita. Su fuerte puño no tiene piedad contra la fragilidad de mi cuerpo y me golpea tan fuerte que estoy casi seguro de que ahora soy paralitico. No me importa, puedo quedarme a vivir en el fondo del mar y ahí no necesito piernas para moverme.

Mis extremidades, flojas y torpes, se sumergen después de mi cadera;  ante una razón ineludible y un mar invencible, no luchan por mí, me abandonan en un acto tan despreocupado que a veces me pregunto si les importo en lo absoluto. Después de todo  lo que hemos vivido no me siento con el derecho de reclamar nada, pero me siento herido.

El agua es pesada y me causa escozor intenso. Aquello es tan salado como el alma de tu padre. Posiblemente sea mejor idea si intento regresar al calor del sol. No lo logro. Mi pelo tiene razón, no debí dejarme caer de esa manera. 

Detrás de mis ojos hay un hombrecillo que hace desastres con los circuitos. Es el quien ideó lo de dejarme caer, estoy seguro. También he llegado a confirmar que es una especie de demonio o al menos una parte de él. El hombrecillo se da cuenta que no fue buena idea acudir en busca de refugio al mar. Intenta salvar mi cabeza y mientras mi cuerpo se hunde, trata de separar mi cuello y así huir en mi cráneo como si de una nave espacial se tratara.  Es evidente que no logra su acometido y se hunde con toda la tripulación. Vaya que es un capitán cobarde.

Mis labios se agrietan inmediatamente con el agua y al intentar saciar mi sed el sabor resulta salado como un beso del diablo.  Mis ojos pierden la nitidez y solo me queda un borrón descolorido por paisaje. En fin, si he llegado hasta aquí, ¿qué más da si solo me dejo hundir?.  En el fondo  hay personas, es oscuro y luce frio. El calor humano debe ser suficiente para la mente cuando el frio del cuerpo es inevitable.



La caída hacia el fondo del mar es lenta. Muchos hombres y mujeres, suspendidos en medio del océano parecen ir hacia arriba, pero soy yo el que va ganando profundidad.  Todos ellos ciegos por el agua salada, con cristales endurecidos en las comisuras de los lagrimales;  una película viscosa y blanca sobre sus pupilas. No reconozco a nadie, pero todos parecen ascender; confirmo que soy yo el que se hunde.

EL sitio se va oscureciendo a cada momento. Como ya estoy muy  hondo, nadie en mi cuerpo decide moverse para salvarse. Las articulaciones se cristalizan en sal, mis pies eligen algunas ramas para enredarse, mi estómago devuelve todo por la boca y en general descubro lo mucho que todos desean abandonarme. No entiendo el porqué. Pero todos nos hundimos juntos y eso me consuela; traidores asquerosos. Mi cabello sigue intentado subir.

Antes de llegar al fondo encuentro a mi padre, mi madre, mis hermanos, encontré a muchos que amo. Todos ciegos, inmóviles y abandonados por sus cuerpos. Aun cuando estaban cerca no estaban juntos.  El rostro de mi madre con una capa verde de hongos y los ojos hinchados,  flotaba  a un costado de mi padre que había perdido la mandíbula y su lengua colgaba hasta el cuello. El agua no permitía verlo pero comencé a llorar.  ¿En qué momento habían llegado hasta ahí?. Creo que fueron seducidos por la caída.  Y Aunque intentaron extender los brazos para tomarme, no lograron concretar ni un solo movimiento. Me despedí  en mi cabeza, “adiós viejos”. 

¿Cómo llegué yo hasta ahí?, no lo sé; ¿De dónde salí?, ¿Qué se supone debo hacer?, no sé nada de este mundo ni de los que me rodean, no sé cómo debo actuar o que se supone que he de lograr. Solo me dejé hundir y el horrible paisaje me hizo el favor de oscurecerse aún más; así no pude ver más allá y eso me alegró, los oídos se me cubrieron de sal y eso me alegró, el hombrecillo en mi cabeza  se sentó a esperar, asustado, sin hacer ruido y eso me alegró, los músculos se me congelaron, deje de sentir y eso me alegró.  Podía sentir más cuerpos, cuerpos que me rozaban de vez en cuando. Ahí abajo se está muy acompañado y muy abandonado, el lado bueno es que no sientes más nada. Y así dormí por siglos, aprendiendo todo sobre nada.

Estaba ahí, sin esperar  más por nada. Mi corazón se activó de una manera extraña. La tibia sangre corrió desde mi pecho hasta mis entrañas y mis brazos despertaron, mis piernas se inundaron y mis dedos se calentaron.  Una luz apareció frente a mí y de alguna manera me asusté de nuevo, me dio frio de nuevo, me incomodé de nuevo. Un enorme pez con la cara del demonio, los dientes afilados y los ojos saltados, se acercó a mi rostro y comió la sal de mis ojos, de mis articulaciones. Pude ver y sentir nuevamente. El pez portaba una luz frente a sus ojos, una especie de foco tan intenso que era capaz de disipar la oscuridad a su alrededor.

Un olor llego a mis fosas nasales, un dulce aroma virgen y de no ser por él, no habría movido un solo dedo y me habría cristalizado en sal nuevamente.  El pez me miro y me dijo “busca”.  No tuve más remedio que moverme y aprender a nadar. El pez me siguió alumbrándome en mi búsqueda.  Me detuve al encontrar a una niña de corta edad, la olfatee por el cuello pero no era ella quien desprendía el olor que encendió mi pecho. Su cuerpo congelado y abandonado me causó una terrible tristeza y no pude más que abrazarla para intentar descongelarla.  ¿Quién hubiera pensando que yo era capaz de luchar por una niña desconocida?.  La forcé contra mi pecho e intente con toda mi fuerza que el hielo fundiera. La puedo llevar a la superficie,  pensé. Mis brazos derrotados por el hielo comenzaron a endurecerse alrededor de la niña, mi pecho se detenía nuevamente así que la solté. No logré hacer nada y el pez habló por segunda vez. “Déjala, ella espera a otra persona”. Cuando un pez te dice algo más vale que obedezcas. La dejé.

Nadé hasta que mi cuerpo no soportó más el frio. A cada brazada sentía la fatiga de mi corazón. El aroma que me impulsó hasta ese lugar desaparece a momentos; no sé si me acerco a me alejo de la fuente, pero sé que si he de quedar perdido,  mis brazos seguirán luchando, mis piernas intentaran patalear, mi cabello se agitara en todas direcciones buscando frenéticamente  y el hombrecillo en mi cabeza tomara el control; si nada de eso funciona nos encontraran congelados en una posición de lucha, nos llevaran a un museo y pondrán un título que diga “el cuerpo que murió buscando”.

El pez permanece a mi costado derecho, puedo sentir el calor de la luz que emanaba, su escamosa piel roza mis costillas. Quiero preguntarle muchas cosas pero no lo hago. Encontré más cuerpos congelados, algunos llenos de sal, hongos, otros con menos suerte son devorados por peces que lucen como cocodrilos. Con el cráneo asomándose entre su piel, las costillas dejan escapar todas las tripas;  ni el hielo o los cristales de sal han de ser impedimento para aquellos peces cocodrilo.

Al pasar cerca de un pez cocodrilo este dejó el cuerpo que devoraba, me siguió. A este se le sumaron otros tantos que nadaron cerca de mí, esperando a que me agote. Quieren devorar  carne fresca.  Buitres acuáticos.

Nadé durante tanto tiempo que perdí las cuentas. El pez de luz luce nervioso ahora y casi deseoso de dejarme por mi cuenta. Mis brazos se rompieron por distintas secciones. Mis piernas hinchadas y sangradas dejaron de moverse. Durante kilómetros mi lengua impulsó al resto del cuerpo, zangoloteándose de manera graciosa. Todos en el cuerpo sabíamos que había terminado y en cierto sentido nos alegramos, pero eso solo nos daba más fuerza para continuar. La lengua se detuvo y todo parecía perdido. El hombrecillo demonio detrás de los ojos profirió una carcajada que se asemejó al llanto;  se sentó y quedó en silenció. El último en darse por vencido fue el cabello, que aún no dejaba de moverse.

Congelado y sin movimiento comencé a caer al vacío. Secciones más profundas fueron reveladas y una oscuridad más intensa. La luz del pez no logra alumbras más allá  de un metro y en decremento. Jamás pensé que hubiese un negro tan profundo y rebelde, uno que puede luchar contra la luz.
La presión también aumenta,  las costillas, los pulmones, el estómago implotan y parece que el cuerpo se partirá en dos. Espero que alguno pueda escapar si eso sucede.

El pez habla nuevamente. “Lo siento, pero no puedo ir más abajo, debes salir o te quedaras solo.” Lo sé mí querido pez, lo sé, pero no hay nada que pueda decir o hacer.  Veo directamente a los ojos del pez y sé que comprende;  lo dejo libre, le permito que me abandone.  Mi ojo izquierdo revienta ante la presión. El pez luminoso se detiene y yo sigo cayendo. Los peces cocodrilo al verme separado de mi mentor se abalanzan a devorar a las piernas. El pez luminoso se abalanza sobre ellos y continúa descendiendo a pesar de que su luz es a cada metro más débil.  Los peces cocodrilo retroceden ante la luz y la luz retrocede ante las frías tinieblas de la zona abisal.  

No pensé que hubiese tanta gente aquí abajo. Choco contra muchas personas, todas ellas congeladas y deformes ante la presión de aquel lugar. Masticados hasta las entrañas retozaban en cristales de sal.
EL pez luminoso pronto dejé de alumbrar más allá de dos centímetros. Me perdió. Mientras yo sigo hundiéndome le veo dar vueltas en un intento por encontrarme. Desciende aún más y su luz casi se extingue.  Sé lo que sucederá si sigue buscándome en el fondo, trató de decírselo pero estoy veinte metros debajo y no puedo hacer nada. Los peces cocodrilo esperan a que su luz se reduzca y sin más explicación se lanzan sobre él. Antes de que mi ojo derecho se cubra en sal puedo ver el momento en que el pez luminoso es despedazado y devorado. No hay nada que pueda hacer, es mucho más pequeño y sin su luz esta indefenso.   Lo siento, perdón.  No puedo hacer nada por él.

Recorro miles de metros. Los peces cocodrilo no me siguen, ni siquiera ellos se  atreven a ir tan profundo.  El pez luminoso me salvó después de todo.  Un par de años después toco el fondo. Ya no hay tierra por supuesto, no es nada que parezca el mismo planeta, ni siquiera el mismo universo. Un metal transparente de carácter vidrioso es el fondo, todo en ese lugar está congelado, muerto y abandonado. No concibo como es que llegué hasta ahí. Los cuerpos caen por cientos,  pies, manos, ojos, viseras; lentamente pero sin detenerse. Me pregunto si puedo llegar más abajo.  Mi ojo se cierra y comienzo mi transformación en sal, espero encontrar algo de tranquilidad al menos en la muerte en vida.

Antes de que me pueda despedir, mi pecho golpea fuertemente,  el ojo derecho despierta rompiendo la sal que le cubre.  Mi razón que se encuentra dormida;  despierta con una intensidad psicopática, explosiva, sexual, candente, desaforada, descontrolada, incandescente, desenfrenada, incontrolable, incisiva. Los cristales de sal que me envolvieron se derriten ante el calor que comienzo a emanar, cada miembro del cuerpo que habito hierve en febril éxtasis.  El corazón late tan fuerte que empuja mis costillas contracturadas e infla los pulmones hasta el punto de reventarlos.

¡Es nuevamente aquel aroma¡.

Está más cerca de lo que jamás estuvo, aquel aroma, el aroma que me despertó por primera vez, el aroma que el pez luminoso deseaba que encontrara.

Mis brazos rotos se inflan nuevamente y las heridas de mis piernas se cauterizan ante la increíble temperatura que me rodea. El agua hierve a mi alrededor y las personas congeladas que cohabitan despiertan revolcándose en sensaciones y dolor. Tratan de detenerme, apalearme, mitigar mis deseos. Sufren al despertar como yo una vez sufrí. Algunos intentan morderme, devorarme, pero sus dientes débiles y quebradizos sucumben ante la temperatura. Otros tantos se aferran a mis pies. Los impulso hacia arriba para sacarlos de ese lugar. Tomo puños de personas y las lanzo hacia la superficie. De un solo golpe salen como proyectiles.

El aroma que me inunda desaparece en momentos y pierdo todo poder, me detengo y muero por segundos, sin embargo regresa y exploto en energía de nuevo. Tengo que encontrar la fuente, pero no puedo abandonar a los que necesitan de mí. Impulso gente a la superficie durante años, siglos, milenios.  Muchos de ellos los encuentro nuevamente cayendo al vacío. Los lanzo dos o tres veces, pero siguen cayendo. Los encuentro varias veces al cabo de los años. No entiendo porque siguen regresando.

EL aroma incrementa. Pero me mantengo firme y sigo lanzando humanos hacia la superficie. Tomo un puñado de ellos y es ahí cuando me percato. Mi brazo se incendia y al mismo tiempo se regenera. No puedo controlarme, me incendio por completo.  Es como si estuviera en el mismo sol, pero más intenso.  Cada gota de mi cuerpo se evapora y  el agua a mí alrededor lo hace también. Intento acércame al agua que me rodea pero inmediatamente esta se aleja de mí. No pensé que pudiera extrañar tanto el frio y el agua salada. Las personas alrededor de mi pueden caminar sobre la superficie. Una inmensa burbuja de agua crea un domo de kilómetros.

No logro ponerme de pie, me transformo en una luz cegadora y quemo todo lo que me rodea.  Y ahora sé que es lo que me transforma. 

Te puedo ver a cien metros de mí. Desnuda, cubierta por el mismo fuego. Una luz naranja te cubre desde la punta de tus pies hasta el último filamento de tus largos cabellos, ondeando en una melena de fuego.   
Ambos rayos solares intentamos acércanos el uno al otro. Con cada paso que doy en su dirección me siento más lleno de vida, mas divino, mas bueno, más limpio, más bondadoso, más poderoso. ¿Puede morir alguien de felicidad?.  Pero tú no te acercas a mí, tú te alejas de alguien. Caminas hacia mí porque abandonas un lugar.  Te encuentro a mitad del camino, desesperada y rugiendo que me aleje.  No puedo explicarlo, pero algo dentro de mí se apagó para siempre, no tenía nada que ver con la vitalidad que me haces sentir, pero algo dentro de mí murió. El hombrecillo detrás de mis ojos, aun cuando se había transformado en una flama explosiva, reía sin control.

“Lo estamos quemando, aléjate de aquí” dijiste una segunda vez mientras señalabas a un pobre diablo que se agitaba en el piso, quemado por nuestro fuego. Un pobre diablo que sin ninguna vitalidad o aspecto atractivo, se denigraba en el polvo. Lo odio, y no deseaba otra cosa más que desaparecerlo.
“Vete, lo estás lastimando”, esta vez rugiste tan fuerte que casi me partes en dos, y en algún lugar dentro de mí me partiste en dos.

Ella, con toda su divinidad amaba a ese pobre diablo. No a mí. Aun cuando yo sea el que encienda todo tu ser,  aun cuando juntos seamos capaces de convertir en cenizas el infierno y ardas en deseos por mí, tu, tú te enamoraste de ese pobre diablo. Un pobre infeliz al que estas dispuesta a proteger.
“Podemos salir los tres”. Dije yo dando un paso hacia ti, pero antes de que pudiera tocarte nuestro fuego incremento y  todo alrededor ardía con más intensidad, así que te alejaste nuevamente.

“Quemaremos todo, vete, te lo ruego.” No iba a llorar, no debía. No delante de ese pobre diablo, que aunque se revolcaba en sus cenizas estoy seguro que reía por dentro.

No tuve más opción que dar un salto y salir de ese lugar. Recorrí miles de kilómetros en segundos. Vi nuevamente a los peces cocodrilo, a las personas congeladas y a todo menos al pez luminoso. Una lástima. El ambiente se clarifico hasta el delicioso azul claro de la superficie. Nuevamente fuera del mar. Ascendía a una velocidad increíble y llegué cerca del sol. Ahí arriba decidí esperar  El calor del sol me recuerda tanto la sensación de estar junto a ti, solo que menos cálida.  Ahí arriba prometí regresar algún día por ti, regresar antes de que te olvidara por completo.

Pasaron los siglos y estando cerca del sol  miraba hacia abajo, el mar reflejaba un cálido azul. La temperatura me hacía rogar por agua. Con algunos segundos cerca del astro en llamas, sientes como el líquido evacua tu cuerpo. El mar me seduce desde lo lejos; bebe decía. Considere en bajar cerca del preciado líquido. Finalmente estar tan cerca de sol, como Ícaro, es una posición muy solitaria.  Simplemente me deje caer en el mar, con todas esas personas que desde lejos no se distinguen…




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